miércoles, 16 de marzo de 2011

EDMUND KEMPER

“Devoré una parte de mi tercera víctima. Le corté pedazos de carne que puse en el congelador. 24 horas después de disecarla, hice un guisado con la carne, macarrones, cebolla y queso”.



En la siguiente entrada del blog vamos a hacer un repaso sobre la vida de Edmund Kemper, asesino en serie de la década de los 70.

Edmund Kemper tiene nace el 18 de diciembre de 1948, mide más de 2 metros y pesa 160 kilos. Su Cociente Intelectual es de 140. Entre 1964 y 1973 asesinó a 10 mujeres.

Comenzaremos comentando la infancia de Ed Kemper. La mayoría de asesinos en serie objeto de estudio a lo largo de estos años provenían de familias inestables, predominando la figura del padre ausente y siendo niños desatendidos, víctimas de abusos o que han pasado por un gran número de conflictos en su infancia. Kemper fue criado por una madre que lo encierra constantemente en el sótano de su casa. Es ahí donde comienza el sueño de venganza y se entretiene con juegos en los que la mutilación y la muerte son esenciales. Siente gran admiración por su padre el cual abandonó el hogar cuando se produjo el divorcio. Su madre abusa del alcohol y sufre malos tratos por parte de su hermana mayor.

“Vivíamos en Montana, en una casa con un sótano inmenso, casi parecía un calabozo medieval. Tengo ocho años y mi imaginación funciona a todo tren. Hay un enorme horno de calefacción central (…) tengo la impresión de que en él vive el diablo. El diablo comparte mi dormitorio y habita en ese horno (…) De noche, mi madre y mis hermanas suben al primer piso, pero yo duermo en el sótano. ¿Por qué voy al infierno cuando ellas suben al cielo?”

El gato de la familia se convierte en su primera víctima. Entierra vivo al animal y le corta la cabeza, la lleva orgulloso a casa, donde la exhibe en su cuarto como un trofeo. Aquí ya podemos observar la ausencia de remordimientos, un sigo claro de la personalidad psicopática.

Es una persona que casi nunca habla, incapaz de expresar de modo normal cualquier sentimiento de afecto. Rasgos como el egocentrismo patológico, la incapacidad para el afecto y la pobreza de reacciones emocionales son criterios para detectar la psicopatía.

En la adolescencia decide huir del hogar: “a los 14 años me marché de casa. Quiero alejarme de mi madre. Sueño y fantaseo con el asesinato. Sólo pienso en eso. No consigo pensar en nada más (…). Es una mujer que me aterroriza (…) siempre domina a sus maridos…almaceno muchas frustraciones y odios”.

Al poco tiempo regresa pero decide vivir con sus abuelos paternos. A los 16 años los asesina con un rifle. Se procede a su internamiento en un hospital de alta seguridad. Después de 6 años confían a Edmund al cuidado de su madre, a pesar de la oposición de los expertos del centro.

Van pasando los años y consigue un trabajo estable. De noche perfecciona una técnica para establecer contacto con las autoestopistas, estima que cogió entre 300 y 400 mujeres en autostop. Kemper sabe tranquilizar a sus posibles víctimas que no sospechan que las somete a un cuestionario escrupuloso, pues no las elige al azar. Preparó con cuidado un listado de características físicas y morales.

Un detalle por lo menos curioso es que mientras comete los crímenes sale con la hija de un jefe de la brigada criminal, que lo invita varias veces a cenar, considerándolo un buen partido para su hija, claro ejemplo del encanto superficial y buena inteligencia característica de los psicópatas.

En el año 1972 Kemper asesina a dos autoestopistas. Él mismo describe los hechos con precisión, a continuación recogemos un fragmento de su testimonio: “Quiero estrangularla y no lo consigo. Se agita y empieza a gritar. Me siento frustrado. Tomo mi cuchillo y la apuñalo. No se muere. En las películas se supone que la gente muere en seguida. En la vida, las cosas no son así (…) ahora debo matar a la otra (…) hay sangre en todas partes y ella continua hablando, repite: no, no, no y ¿por qué, por qué? Es una locura. No siento nada, ya no formo parte de la raza humana”

“Regreso a mi apartamento con los dos cuerpos en el coche. Después de cortar las cabezas, me las llevo a mi dormitorio(…) donde juego con ellas”.

“A causa de mi madre no llego a determinarme como hombre. Mi vida sexual es inexistente y sólo puede llegar a ser aberrante”. Se ha analizado un patrón de comportamiento sexual común a los asesinos en serie. Estos individuos consideran su crimen como una especie de ritual. Tienen miedo al sexo y generalmente solo pueden tener relaciones sexuales con víctimas reducidas, desmayadas o muertas. Este patrón se va a ver reflejado en los crímenes que comete Kemper: “vivas las mujeres se muestran distantes conmigo. No comparten nada. Trato de establecer una relación, pero no la hay. Cuando las mato, sé que me pertenecen. Es la única manera que tengo que poseerlas”.

Tras uno de sus asesinatos, Ed visita a sus dos psiquiatras, que lo consideran curado. Durante su visita la cabeza de una de sus víctimas está en el maletero de su coche. El informe de los psiquiatras dice: “no hay ninguna razón psiquiátrica para considerarlo peligroso”. En esta ocasión se vuelve a poner de manifiesto la dificultad para el diagnóstico de la psicopatía, ya que estamos ante personas inteligentes, mentirosas, sin delirios ni otros signos de irracionalidad.

Finalmente, después de una década de asesinatos, Kemper mata a su madre a martillazos mientras duerme para posteriormente decapitarla y violar su cadáver. “Desde que era niño nunca dejó de gritarme y regañarme. Siempre consideré a mi madre como alguien muy impresionante, un ser casi indestructible. Tuvo una enorme influencia en mi vida. Me sorprende mucho darme cuenta de hasta qué punto es vulnerable, tan humana como mis demás víctimas (…) esto me sobrecoge un rato, y todavía me conmueve aunque su desaparición me alivie”.

La cabeza de la madre está en la repisa de la chimenea y sirve de blanco a los dardos que Kemper lanza mientras la insulta.

Sorprendentemente, es el mismo Kemper quien llama a sus amigos policías para entregarse, pero nadie le cree, hasta que consigue convencer a uno de los policías y le detienen.



John Douglas, jefe del Dpto de análisis criminal del FBI, ha concertado una cita con Kemper en prisión. Tras 4 horas de conversación, el agente da por terminado el encuentro y presiona el botón para avisar al guardia de seguridad. Llama tres veces pero no hay respuesta. Kemper aprovecha para advertir a su entrevistador que no sirve de nada ponerse nervioso. Agrega, haciendo una mueca, que nadie contestará a la llamada al menos en un cuarto de hora: “y si de repente me vuelvo majareta, vaya problema que tendrías, ¿verdad? Podría desenroscarte la cabeza y ponerla encima de la mesa para darle la bienvenida al guardia”.

Douglas contesta que esto volvería aún más difícil su estancia en la cárcel. Kemper responde que tratar así a un agente del FBI provocaría un enorme respeto entre los demás reclusos. “No creerás que he venido aquí sin medios de defensa”, dice el agente del FBI. “Sabes tan bien como yo que los visitantes no pueden llevar armas”, responde Kemper entre risas.

Finalmente el guardia aparece. Al salir de la sala de entrevistas, Kemper le dirige un guiño y, poniéndole el brazo sobre el hombro, sonríe: “Ya sabes que sólo bromeaba, ¿no?”.



“Es como una droga que me empuja a querer cada vez más. Vencer a la muerte. Ellas están muertas y yo estoy vivo. Es una victoria personal” (Ed Kemper).



viernes, 18 de febrero de 2011

LA PROFECÍA AUTOCUMPLIDA




La profecía autocumplida o profecía que se cumple a sí misma, fue un concepto acuñado por el sociólogo norteamericano Robert K. Merton, hacia la mitad del siglo pasado. Habla del valor que poseen las expectativas que tenemos sobre algo o alguien y de cómo tendemos a confirmarlas, consciente o inconscientemente, generalmente esto segundo, con nuestras acciones. Es decir, cómo lo que yo pienso, creo o espero de mí mismo y de los demás se materializa en hechos reales, en resultados tangibles que son coherentes con mis creencias y pensamientos sobre esa situación o esa persona o sobre mí mismo.

Por ejemplo, puede que desee encontrar una pareja inteligente, sensible, buena persona y trabajadora pero que yo crea que no merezco una persona así, es muy probable que no la encuentre, no porque no la merezca en realidad sino porque yo misma voy a tender a confirmar esa idea. Puede que sin darme cuenta siempre me relacione con patanes o que mis actividades estén relacionadas con otro tipo de personas que no son lo que me gustaría. Entonces mi pensamiento de “no merezco este tipo de hombre” se refuerza más y más y a la vez ese pensamiento sigue reforzando mis acciones coherentes con él.

En el ámbito educativo, dónde más se ha estudiado este efecto, la profecía autocumplida se denominó Efecto Pigmalión: cuando un profesor cree que un alumno no es válido, no sirve para tal o cual actividad o no aprobará, o bien tiene la idea contraria de que es estupendo, inteligente y trabajador y que aprobará con buenas notas, esas expectativas ya están influyendo poderosamente para que la situación se produzca. Algunos estudios realizados sobre este efecto, demostraron, que aquellos estudiantes sobre los que sus profersores pensaban que obtendrían buenos resultados, tendían a obtenerlos con mayores probabilidades. Al contrario sucedía lo mismo: sobre aquellos estudiantes en los que no confiaban o tenían malas expectativas tendían a rendir menos.

En terapia, se produce el mismo efecto. En este contexto se ha denominado Efecto Vanderbilt. Hablamos de lo mismo, es decir, lo que el profesional espera del paciente, puede influir con fuerza en su evolución.

Y a un nivel más cotidiano, el que más o el que menos hemos experimentado o sentido de manera más o menos consciente cómo las expectativas de nuestros padres nos han influido, en nuestras decisiones y en nuestros actos, casi de forma automática. Elegir carrera, amigos, actividades, carácter....

En torno a este concepto surge una reflexión. La importancia de que aprendamos a ser conscientes de la influencia que podemos estar ejerciendo sobre los demás con nuestras creencias. Según este efecto, sería fundamental para todos los profesionales que trabajan directamente con personas (psicólogos, médicos, educadores, profesores, etc, etc...) para padres y en general para la convivencia con los demás. Porque sin darnos cuenta podríamos estar ayudando mucho o entorpeciendo a otras personas. Igualmente sería fundamental revisar las creencias que tenemos acerca de nosotros mismos para ayudarnos y no entorpecernos.

Es un descubrimiento cuanto menos curioso... ¿Hasta qué punto creéis que tiene relevancia en la vida la profecía autocumplida? ¿Qué os parece?