viernes, 9 de marzo de 2012

EL NIÑO SIN NOMBRE

5 de marzo de 1973, Daly City, California. Estoy retrasado, tengo que acabar de fregar los platos a tiempo, si no, no hay desayuno; y como anoche no cené, he de comer algo. Mamá corre por la casa chillando a mis hermanos. Oigo sus pasos pesados por el pasillo dirigiéndose hacia la cocina. Vuelvo a meter las manos en el agua hirviendo de enjuagar. Demasiado tarde. Me coge con las manos fuera del agua.


¡Plaf! Mamá me pega en la cara y me tira al suelo. Sé que no debo quedarme de pie y aguantar el golpe. He aprendido, a base de cometer errores, que lo considera un desafío, lo que significa más golpes o, peor aún, quedarme sin comer. Recupero mi postura anterior y evito su mirada mientras me grita al oído.

Actúo con timidez, asintiendo a sus amenazas. “Por favor, -me digo-, déjame comer. Vuelve a pegarme, pero tengo que comer.” Otra bofetada hace que me golpee la cabeza contra el mostrador de azulejos. Lágrimas de falsa derrota me corren por la mejilla mientras sale de manera precipitada de la cocina aparentemente satisfecha consigo misma. Después de contar sus pasos para asegurarme de que se había ido, dejo escapar un suspiro de alivio. Mi actuación ha dado resultado. Mamá puede pegarme todo lo que quiera, pero no he dejado que me arrebate mi voluntad de sobrevivir.

El niño sin nombre (Dave Pelzer)



Os dejamos un fragmento del libro El niño sin nombre en el que David Pelzer narra los abusos y malos tratos sufridos por parte de su madre entre los 6 y los 12 años. Es impactante por la dureza de las descripciones además de mostrarnos la superación y la lucha por la supervivencia que puede llegar a tener una persona.

Ocho de cada 100 niños españoles sufre algún tipo de abuso, según el Centro Reina Sofía para el estudio de la Violencia. Cada año se denuncian en Estados Unidos más de 3 millones de casos de maltrato infantil. Estamos ante una problemática compleja y de dimensiones sobrecogedoras.

Sólo cabe preguntarse ¿Por qué? ¿Cuál es el origen? ¿Se puede detener?

Cada acto de maltrato infantil se proyecta hacia el futuro. Cuando se hace daño a un niño, todos padecemos las consecuencias.